sábado, 26 de agosto de 2017

Aquí no queda sitio para nadie

Estos días ha habido muchas personas y familias afectadas por los ataques terroristas ocurridos en Barcelona y otros lugares. Me gustaría compartir la rabia que esto me produce a través de un poema en el que, apoyándome en la canción de Sabina "Pongamos que hablo de Madrid", critico una sociedad fría, egoísta e infrahumana que no repara en los detalles, que no aprecia la belleza, que se olvida de cuidar el planeta y se deja llevar. Me decepciona enormemente ver que hay personas capaces de matar desde el odio. Cada vez que pongo las noticas observo violaciones, asesinatos, guerras... a veces parece que el mundo se está volviendo loco y nosotros estamos tan acostumbrados que ni siquiera nos extraña. Sin embargo, como respuesta a los atentados la gente ha salido a las calles, se ha solidarizado, ha gritado contra el miedo. Y eso, eso es precioso. Es una luz al final de un túnel, es esperanza, es amor. Me uno a ellos aportando mi pequeña parte. Porque muchos granitos de arena forman playas y porque, entre todos, podemos (intentar) hacer del mundo un lugar mejor.

“Aquí no queda sitio para nadie”


Siento un mar de sentimientos 
balanceándose en mis ojos.
Las mareas subiendo, la nostalgia apretando,
la arena huyendo, 
enterrada.
“La vida un metro a punto de partir.”

Siento la injusticia amarrándome las manos
mientras las palabras me permiten
desatar nudos, soltar cuerdas, romper límites
asaltando las distancias.
Pronunciarme. Alto.
Basta.

La radio busca emisoras tar-ta-mu-de-ando
mientras mi corazón, arrinconado, parpadeante, tiembla.
Y finalmente Sabina me canta al oído:
“las niñas ya no quieren ser princesas
y a los niños les da por perseguir
el mar dentro de un vaso de ginebra.”

Mis pupilas acarician el asfalto
y la voz, escondiéndose, apenada,
susurra tan tan bajo que no alcanzo a escucharla
entre ruido, interferencias, prisas, ruido, pasos, choques, ruido.
Alguien me dice que, a veces, mis iris
se tornan grisáceos
y un interlocutor contesta “Chubascos en el noroeste de Galicia.”
“Chubascos” pienso. 
Mis latidos lloran. 

“Allá donde se cruzan los caminos”
las ruedan giran cada vez más rápido.
Al paisaje, difuminado, 
ya no le da tiempo a despedirse.
“Los pájaros visitan al psiquiatra”

Bajo el volumen y el silencio se tensa 
como una cuerda fina...
y yo, temeraria, me convierto en equilibrista
del pasado,
las cuervas,
las palabras

              P
   E
      
                R
       
                             D
    
                   I
       D
             
                         A
    
              S

El último rayo de luz consigue sonrojarme,
y sonrío, tímida y tristemente a un cielo rosado.
Después Lorenzo arropa a los árboles 
y yo les leo este cuento.
Ellos enredan sus ramas para soñar 
con ser bosques densos, verdes, sedientos de agua.
El sol se despide
y la ciudad enciende sus luces.
Las estrellas se apagan.

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