sábado, 3 de febrero de 2018

Tercer avance



Tercer avance

Y me fui
porque lo único mejor que el hogar
es abandonarlo.

Padecer el cambio
hasta que los principios ya no asusten.
Hasta reencontrarte
y cuando no te duela la distancia,
cuando no te pese cada instante
en el pecho:
volver. 
Volver a casa.
Saber que después de un día lluvioso
te espera un café
y un abrazo al alma.

Saber que irse es siempre
un paso adelante.
Y regresar después es
alcanzar la meta.
Comprender algo que nadie
puede enseñarte
es comprenderte a ti.
Reencontrarte.
Y crecer.
(Aprender, tal vez, a quererte.)

Con miedo

Hoy me gustaría compartir un poema que habla sobre la enfermedad, en este caso el cáncer. Creo que no hay mucho más que decir. Espero que os guste.


Con miedo.


Así empiezo estas líneas:
vacía, estática, quebrantable.
Preguntándome cuándo y dónde habrá empezado todo.

Tal vez un lunes de abril, en una sonrisa impasible y cálida
con un fondo tan complejo
que resulta difícil asimilar su transparencia.
Y qué decir,
Sobre la humildad propia de quien hipoteca su alma
para que otras florezcan.
Del dolor que en algún instante hizo mella en una de las células de tu cuerpo,
en dos, en tres…

Quién hubiera reaccionado a tiempo.
Si tan solo hubiésemos precedido...

El descontrol summa cum laude de los hábitos,
una pérdida inminente, la lejanía…
En algún segundo, en algún minuto,
una expansión primeramente diminuta.
Una bomba al corazón.

Imagino el dolor recorriendo tus arterias,
el pánico y la soledad destruyendo trincheras.
Alcanzo a visualizar la sangre bombeándose,
irregular, febril, débil.
A sentir tu morriña,
tu cuerpo casi inerte. ¡Vuelve!

Quién hubiera citado a Benedetti,
quién hubiese dicho: “no te rindas, por favor, no cedas”.

Y en mitad de esa parsimonia con la que la culpa me invade
todas las partes -esas mismas que no pude salvarte-,
te recuerdo sonreír vagamente en una videollamada.
El sonido con retraso. "Hola”.
Luego nada.

Y con la misma rapidez que te fuiste
se fue alejando de ti la vida, aquella 
en la que reinaron el cansancio y las falsas esperanzas 
maquilladas a cuentagotas.


Quién hubiera citado a Machado.
Quién hubiese implorado otro milagro de la primavera.


Si tan solo pudiera aferrarme a una palabra de hálito,
a un apoyo esporádico. Si hubiese dicho, tan solo una vez, “te quiero”…


En qué momento. En qué lugar.
En qué botella rota de cerveza. En qué rostro congelado. En qué mirada   p    e      r      d     i      d    En qué punto irreversible.
Y si tan solo… pero no.


Nadie supo. Nadie reparó. Nadie estuvo.
Quién te hubiera visto tan solo.
Quién hubiese imaginado tanta valentía.

Y de repente unos pies helados,
unas manos agarrándose a un ápice de vida.
Ojos atónitos. Habitación fría. Lo que no se cuenta.
Una vida congelándose y unos hijos creciendo de inmediato,
casi a la misma velocidad que la metástasis,
reclamando una despedida. ¡VUELVE!


Quién hubiera,   
tan solo, 
sabido…






Aula 34, quinto de primaria.

Petan na porta. Os meniños xiran a testa coa sospeita de que van saír de clase. Un brinco de esperanza xoga nos seus ollos. A “profe” pide...